26 de abril de 2008

Pergamino IX

Hola una vez más. Ya he entregado el relato para el concurso, así que, como decía Cayo Obtusus “Alea jacta est”. Aquí os lo dejo para todos aquellos que no lo habéis leído, a los que si lo hayan hecho deciros que he cambiado el final, y merece la pena leerlo, aunque solo sea el final. Adjuntamente he puesto el de Pullo (Don Severino), indudablemente otra gran historia también.

Un saludo Moler.. . …

P.D. Muchas gracias Isa, parece ser que eres la única que tiene la valentía y las ganas de leerme. Gracias


La historia de un abecedario cualquiera

Hace muchos años vivía en una apartada isla un abecedario, pero no me refiero a uno de esos abecedarios tan especiales que salen en los libros de lengua de sexto curso, este era uno mucho más simple y honrado. Este abecedario lo formaban todas esas simpáticas letras que tan bien conocemos, estaban la M, la S, la L, y muchas más, y por supuesto la más vieja del lugar, la más sabia de la región, la letra A. Eran muy felices y se entendían a la perfección, rara era la vez que discutían airadamente, preferían la paz y tranquilidad que les proporcionaba su hogar. Éste se hallaba en una isla situada encima de ese lejano mar, tan perdido que a muchos les costaba encontrarlo. Al sur de esta paradisíaca isla se alzaba orgullosa la pequeña ciudad donde vivían. La formaban un ayuntamiento, que presidía la calle central de la ciudad, algo más de 10 casas, y los típicos comercios, como el bar, la consulta del doctor, la herrería…. La ciudad estaba bañada por el mar, que desembocaba su furia contra una playa, donde las letras solían acudir a pasar los soleados días del año. Al norte estaba el antiguo muelle con su faro y con su otra playa, y entre ambas se erguían unas pocas pero bellas montañas verdes que inundaban la isla con gran vegetación.

En la primera casa del pueblo, que estaba en la avenida Palabra, vivía la familia Vocales, en un caserío blanco precioso. En la parte principal había una enorme balconada, la cual estaba decorada por un gran volumen de flores, tulipanes, lirios, rosas y hasta begonias. En la parte trasera había una terraza cubierta por una linda tejavana, era el sitio ideal donde poder leer en compañía de una refrescante bebida o poder dormir la siesta arropado por el sol de verano. Debajo, donde el sol radiaba durante todo el día, tenían una pequeña huerta donde vivían una multitud de vegetales plantados. Calabazas y albahaca, que componían los principales platos de la A, dotándoles de un olor naranja y un color de primavera. También tenían cardos y cebollas, pimientos y peyote, lechugas, tomates y demás hortalizas. Por las tardes la O y la U salían a pasear al jardín, se perdían entre el olor de las petunias y pensamientos plantados por ellos mismos. Solían tener largas charlas sobre el espacio, la luna, sus órbitas y demás temas relacionados con el estudio del cosmos. Tanto se ensimismaban en sus pláticas que olvidaban la hora de cenar y la E desde la ventana de la cocina les tenia que gritar para advertirles que la comida ya estaba apunto. Tenían un precioso desván habitado por multitud de murciélagos, y grandes cantidades de trastos viejos con sombreros de polvo a los que rara vez daban uso.

Enfrente de su casa, al otro lado de la avenida Palabra residía una familia muy feliz, posiblemente la más feliz del pueblo, y quizás del mundo. Allí entre crisantemos y hortensias vivían la C y la H, en una casa grande con muchas habitaciones. Eran una pareja feliz, cordial y humanitaria, se conocieron hace muchos años, ni si quiera ellos mismos recuerdan hace cuánto. Ella era una cariñosa y calmada ama de casa, siempre estaba atareada en las labores del hogar, además era una experta cocinera, que dominaba no solo la cocina autóctona sino las de muchos países más. Tenía una buena relación con sus parientes E e I, en cambio le costaba trabajo hablar con las demás, A, O y U, aun así, se esforzaba en dialogar siempre que surgía la ocasión. Él era el herrero del pueblo, un simpático y honrado trabajador mudo, que estaba todo el día en su taller arreglando las herramientas y demás cosas para el resto del pueblo. Los dos se querían con locura y tenían una hija en común, la pequeña CH, una chiquilla muy revoltosa siempre de un lado para otro, comiendo chucherías.

Cerca de la plaza Frase, se alzaba una antigua pero linda casona, abrazada por millares de enredaderas que la hacían un lugar siniestramente bello. Allí vivía la F, un fantástico y fanfarrón filósofo, que en sus ratos libres escribía libros y poemas. Siempre vestía esa larga gabardina negra, vieja y arrugada, que junto con la barba y unas redondas gafas maquillaban su cara. La casa tenía una especie de torre, allí era donde se aislaba, en una ficticia penumbra, para escribir. Era un cuarto pequeño y oscuro, decía que la fuerte oscuridad le inspiraba, pues sus relatos siempre estaban dotados de fantástica fantasía y ficticia ficción. Al verle allí arriba, solitario y oscuro, se contaban viejas leyendas urbanas sobre él a las pequeñas minúsculas. En todas ellas aparecía la F como un siniestro fantasma, fiel a su torre pero de los que paseaban por las noches arropados por la fantasmagórica bruma marítima.

Al final del pueblo, en la calle Coordenadas, vivían las hermanas X, Y, Z, las cuales eran conocidas como “Las Incógnitas”. Eran muy amigas y pasaban la mayor parte del tiempo haciendo multitud de cálculos matemáticos, grotescos y con poco sentido para el resto de letras. Siempre andaban juntas, aunque en ocasiones estaban solo la X y la Y, mientras la Z se quedaba durmiendo.

Una tarde lluviosa y fría, tan oscura que ni el sol se atrevió a salir, las vocales decidieron pasar la tarde en el bar, refugiándose de la penumbra. Allí estaban, las 5 reunidas, al calor de unos cafés que tan bien preparaba la B, el barman, que junto a su mujer la V dirigían con soltura el bar del pueblo. En la mesa del fondo estaban los hermanos M y N, que eran huérfanos y parecía que hubiesen alquilado la tristeza de por vida, ya que, siempre se les veía melancólicos y entristecidos. Estaban en ese rincón, discutiendo sobre algo importante, o eso se hacia ver debido al tono de sus melindrosas voces. Las vocales estaban entretenidas contándose sus cosas, abrumadas por cada nuevo comentario, riendo con las gracias, pasando un buen rato y olvidando la tempestad.

Pasaron varias horas de aquella invernal tarde que trató de pasar inadvertida en un caluroso julio. B y V, detrás de la barra, sin mucho trabajo, se preguntaban por qué hoy no habría venido la W. La W era el simpático borracho del pueblo. Fue la afición que escogió casi desde niño, era alegre a pesar de todo y siempre tenía una alegre canción para amenizar a los parroquianos del bar. Vestido siempre con su vaso de whiskey con hielos, nunca se quitaba el hábito, quizás ni siquiera lo intentaba. Esa tarde no apareció, y la gente empezó a extrañarle. Los rumores sobre su posible desaparición fueron creciendo poco a poco, tanto crecieron que con sus brazos pudieron alcanzar incluso la mesa del fondo, donde estaban M y N. Se miraron fijamente, y acto seguido se levantaron mientras comentaban:

- Puede que no sea tan extraño, nuestra prima Ñ, el ermitaño, también ha desaparecido. Si, sé que se le veía muy poco, pero mi hermano y yo estamos muy preocupados.- Estaban en lo cierto, la Ñ era un ermitaño que aparecía en contadas ocasiones, era un primo lejano de M y N. Siempre estaba encerrado en su casa de la playa, con su sombrero, en soledad, huyendo como loco de la compañía, del calor de otro más, incluso evitaba a menudo su propia sombra.

- Bueno, bueno, tranquilizaros,-dijo en tono conciliador la B- no será nada, seguramente estén refugiados en algún lugar debido a la lluvia, veréis como cuando se pase el temporal, vienen aquí corriendo y vistiendo grandes sonrisas.

Todos quedaron bastante tranquilos con la explicación de B, y retomaron las antiguas conversaciones que la angustia les quitó de golpe.

Al día siguiente ya no había rastro de las nubes ni de la tempestad, el viento del sur se las llevó lejos, posiblemente para no traerlas más. Esa noche el viento había soplado con mucha fuerza, tanto, que la gente pensó que junto con las nubes también había arrastrado la W y la Ñ, en sus vaivenes. La preocupación fue creciendo a medida que el sol subía hasta el punto más alto del pueblo. Todos se echaron a las calles, en busca de las letras perdidas, que no aparecían por ninguna parte, parecía que la madre Tierra se las hubiese tragado. Buscaron por aquí y por allá, incluso se atrevieron a ir más allá, para buscarlas, pero la suerte no les acompañó, era como si hubiese abandonado el pueblo. Esa misma tarde se reunieron en el bar, allí trataron de esclarecer este escabroso asunto.

-Seguramente sea una broma de la W, siempre está alegre y haciendo chistes, indudablemente este tipo de broma tendría su sello.- dijo con gran voz la O.

- No opino igual, mi primo es muy raro, siempre está solo, incluso se nota que es un ermitaño, pero nunca haría nada que nos pudiese preocupar. Estamos muy unidos a pesar de todo.-Dijo la M.

Acto seguido se formó un tenaz murmullo, la B pidió calma.

-Calma, calma, tengo una idea, vayamos a la casa de K, es bastante amigo de la W seguramente él sabrá algo- comentó alguien.

La K, era un solitario, un vagabundo, vestía una chaqueta de cuero marrón, pantalones de pana beiges y unas desgastadas katiuskas negras. Perpetuamente acompañado de su petaca de vodka, siempre bajo su dulce amargor, encadenado a su tristeza. Era muy solitario y su compañía era su sombra, se le veía poco por el pueblo, y casi nunca en compañía de otras gentes, salvo con la W. Vivía solo en el monte en una cueva, se alimentaba de la comida que plantaba en su huerta. Ésta era bastante grande, con muchas frutas y verduras, pero sobre todo le encantaba el kiwi, algo que compartía gustoso con la W. Por cosas del destino los dos eran solitarios, pero pasaban muchos ratos juntos. La K siempre estaba navegando por el mar de su soledad, con la bebida como salvavidas y solo encontró felicidad en esta maravillosa isla. Donde a pesar de ser “el extranjero” las demás letras lo querían y respetaban. Hasta su casa fueron la B y los hermanos M y N. Se pararon justo enfrente de su cueva, su refugio y gritaron para llamar su atención.

-KKKKKKKKKKK- bramó con fuerza la B. La M y la N, estaban demasiado preocupadas para gritar.

-Oh!! Letras por aquí, a que debo vuestra simpática presencia- dijo él con su conocida voz rota.

-Sabemos que eres muy amigo de la W, eres el único que la conoce de verdad. No le he visto por mi bar, quería saber si sabías algo, si había estado contigo estos últimos días.

-Y también ha desaparecido nuestro primo, estamos preocupados- Dijo M entre lamentos

-La verdad es que, hace tiempo que no viene por aquí, y es la primera vez que echo a alguien de menos. No se donde puede estar, siempre fue reservada.- Se quedó unos segundos cabizbajo con al mirada pérdida- Pero, espera, hace un par de días vi a un extraño hombre trajeado al oeste de la ciudad, desembarcó en la playa Texto. Al principio no le di más importancia, pensé que estaría de paso, como tantos visitantes que tenemos. Pero ayer volví a verlo, hasta se acomodó en el viejo faro.

-Bueno esta noche, con el silencio de la oscuridad me acercaré hasta allí a ver si descubro algo.-Dijo valientemente la B.

-Te acompaño, todo esto me intriga tanto que no siento tentaciones de beber en soledad- Comento con una alegría fuera de lo normal la K.

La oscuridad conquistó el pueblo una noche más. Estaba calmada y silenciosa, en un intento de ayudar a las letras la noche encendió un montón de estrellas a modo de linternas. Sigilosamente la B y la K se acercaron poco a poco, pasito a pasito, sin intenciones de alertar. La espesura de la vegetación en esa zona de la montaña era alta, y costaba trabajo hasta caminar. Se acercaron lo suficiente para ver su barco, decidieron no hacerlo más, ya que, se apreciaba una tenue luz en el faro, y algún que otro ruido perdido. Observaron el barco, en su proa se podía leer “Sord-O-Mudo”. Creyeron que era suficiente información por ahora, y se marcharon enseguida, no querían alertar al curioso personaje.

Al día siguiente, con esa información la B y la K decidieron visitar a la S, si alguien podía interpretar ese nombre sin duda era ella, muy sabía e increíblemente lista. Le encantaba leer y tenía conocimientos de un montón de cosas, ciencia, física, historia, arte…esa tarde la llamaron para que acudiese al bar. Estaban reunidos los más notables, B, K, M y N. Discutiendo sobre ese nombre, a nadie le recordaba a nada, ni siquiera sabían su significado. La S, estudió ese nombre, le resultaba lejanamente familiar, sabía que en alguna ocasión había leído ese nombre, pero cuándo, dónde, en qué libro, eran preguntas por resolver, incógnitas que nublaban su mente. Entretanto vino el doctor del pueblo, la D, y dijo que hoy tenía consulta con varias letras y nadie había pasado a verle. Esperaba a la J, que era el marido de la G, también a la H, ambos iban a hacerse unas pruebas caligráficas rutinarias. Ninguno de ellos pasó esa mañana por la consulta, y nadie los había visto en todo el día. Todos se asustaron bastante, ya eran demasiadas las letras que habían desaparecido. Llamaron enseguida a la A, era la alcaldesa, aparte de ser la más anciana del lugar, pidieron su consejo para saber qué hacer, para saber cómo afrontar esta situación tan desagradable.

- Bueno, lo que ha acontecido estos anteriores días, es muy anormal, estoy muy preocupada y agitada. Creo que es primordial saber quién es ese tipo tan extraño de la playa Texto. S, tu ve a casa de la F, buscad a fondo en su antigua biblioteca, seguro que encontrareis algo interesante. Impondremos un toque de queda en el pueblo, en cuanto nuestra Luna querida venga a visitarnos nos iremos a casa y cerraremos todas las puertas y cerrojos. También si es posible me gustaría contar con un par de valientes para que mantengan vigilado al tipo ese. Cuento con vosotros B y K. Recordad no salgáis nunca solos y bajo ningún concepto abandonéis la ciudad.

Antes de poder terminar su discurso entró la Z, temblando, tiritaba como una gota a punto de caer. Estaba muy pálida, raro en ella, le costaba articular las palabras. Tras unos intensos segundos logró hablar:

-Mi… mi hermana X, ha… ha desaparecido…no está, ha desaparecido.

- ¿Estás segura?

- Sí, sí, estoy completamente segura. Esta mañana me he levantado para desayunar y no estaba, y siempre desayunamos juntas. Y hoy no ha aparecido. La Y y yo le hemos buscado por todo el pueblo y ni rastro de ella.-Dijo la Z que a pesar de que se había calmado bastante, seguía un poco intranquila.

- Vaya, la situación es peor de lo que pensaba, ya nos faltan la W, Ñ, J, H y además la X. –Comentó la B.

La S fue a ver la F, estaba seguro que ese viego filósofo tendría en su antigua biblioteca alguna información al respecto. Le abrió la puerta fumando una gran pipa, tras una leve cortina de umo se apreciaba una larga barba vestida con gafas. Después de unas breves esplicaciones bagaron guntos a su pequena biblioteca del sótano. Era una pequena salita de estilo gótico, en la que, entre columnas y antorchas descansaban en altas estanterías un centenar de libros. La gran mayoría viegísimos, escritos en antiguas lenguas, donde no se apreciaba ningún pariente conocido. Estuvieron allí durante unas oras más lentas de lo normal, que parecían que estaban tan viegas y cansadas que no iban a tiempo normal. La P, mayordomo de F, bagó a la biblioteca con una pequena bandega plateada.

-Amo F, senorita S - Se inclinó con una leve y elegante reverencia.- Llevan aquí largo rato y me e tomado la libertad de traerles un ligero tentempié. Unas infusiones de frutas y unas delicias de salmón, que yo mismo e preparado, les ayudará a recuperar las fuerzas. Espero no aberme estralimitado en mis funciones ni aberlos molestado. Senor si me lo permite me retiro a mis aposentos.

-Muchas gracias, en este momento tan importante, a la F y a mi persona nos viene bien recuperar las fuerzas. Gracias de nuevo- contestó amablemente la S.

-Sí, gracias P, te puedes retirar a tus aposentos- Le ordenó la F.

Después de degustar el frugal y sano aperitivo, siguieron con su búsqueda de información. Tras unas diminutas oras, estas al contrario que las otras abían acelerado el ritmo y pasaron casi de largo, la F encontró un libro de istoria antigua. “Istoria Antigua: de antes del nacimiento de las letras” era su título, le pareció bastante interesante y decidieron echarle un vistazo. Encontraron muchísima información del tiempo anterior a su época, los primeros ombres, las civilizaciones antiguas antes de las letras, primeros emperadores… La F dio un fugaz vistazo a esto último y de pasada leyó: El Gran Emperador Don Sord-O-Mudo: Su vida, Su reinado y Su esilio.

Empezó a leer con ganas, se turnaron cuando fue necesario y no cerraron los ogos por nada. Descubrieron multitud de cosas importantes sobre Don Sord-O-Mudo. Una época en la que nadie podía ablar, en un tiempo donde no se conocían las letras toda la comunicación era mediante gestos. A pesar de parecer difícil se entendían perfectamente. Él fue un gran rey de su pueblo, sabio, razonable y muy poderoso que reinó con valentía desde goven. Pronto descubrió, que en esa época que todo se acia mediante gestos, era el único que tenía la capacidad de ablar. A los demás les pareció una locura algo de brugería, fruto de fugaces enagenaciones mentales que solía tener a menudo. Por eso le cortaron la lengua y degaron sordo, además fue esiliado de su tierra natal para siempre. Se fue asta una oscura cueva, en ese esilio, arto de la soledad e incomunicación, comenzó a trazar dibugos en la pared de su cueva. Recordó su capacidad para producir sonidos y transformó eso estravagantes sonidos en dibugos legibles, él fue el creador de nuestro lenguage tal y como oy lo conocemos.

-Vaya que istoria tan interesante y complega. Parece ser entonces que él es nuestro creador.- Digo la F con una gran sorpresa. La S no pudo sino asentir con gesto de asombro.

Entretanto las demás letras se volvieron a reunir en el bar del pueblo. El toque de queda se abía impuesto con el consentimiento de todos y se cumplía con rigurosidad. Asimismo, nadie andaba en soledad por las calles y se vigilaban los unos a otros. Eran tiempos difíciles en el pueblo, una época que les toco vivir, y en la que, sin ayuda de nadie, la tenían que resolver. Abían sufrido catástrofes peores y supieron reponerse para salir airadamente. En el bar algunas voces se elevaban con facilidad por encima de otras.

-¡Creo que tenemos que ir a por él, ay que capturarlo! Se me ocurre que podríamos ponerle un cebo, cuando él se acerque le lanzaremos una red, y quedará capturado.- Sugirió la B

- Tengo una idea megor, para venir asta aquí tiene que atravesar el viego puente. Entonces, podemos acer que el puente entre en resonancia cuando pase, él no oirá los ruidos y no notará nada estrano. Después montaremos abago un tobogán que le conduzca asta una red.-Esplicaba la A.

Fueron rápidos asta el puente para preparar la trampa. Era pleno día por lo que, dudaban que Don Sord-O-Mudo fuese a la ciudad. Era algo que degaba para las frías noches, aprovechando sus sombras para ocultarse. Gunto al puente, ocultos entre la maleza reinante, pusieron sendos altavoces, uno a cada lado, a su vez, debago de éste, colocaron un entramado de toboganes y una red. La trampa era bastante ingeniosa y creían fuertemente que daría resultado. La K y la A se quedaron gunto al puente, una a cada lado, para producir los ruidos que arían que el puente entrase en resonancia. Las demás volvieron a la ciudad a esperar la captura.

La noche se echó encima del pueblo con su bruma una vez más, miles de estrellas la iluminaban en lo alto. Don Sord-O-Mudo salió de su casa y se dirigió acia la ciudad con la intención de capturar alguna letra desorientada en la traicionera oscuridad. Cruzó el puente y cuando se encontraba a medio camino la K y la A comenzaron a acer ruidos, Sord-O-Mudo no se inmutó y continuó su camino, pero de pronto el puente se quebró y este cayó. Don Sord-O-mudo ya estaba capturado.

Al día siguiente con la seguridad que les daba su amigo el Sol, se reunieron en la plaza Frase alrededor de la gaula que contenía a Sord-O-Mudo, para ver que podían acer con él. En ese momento llegaron la F y la S y contaron la istoria que abían encontrado en los antiguos libros. Tras esa istoria, en la que la atmósfera del pueblo se undió en un triste y amargo mar de lágrimas, las letras decidieron, a pesar de que las abía intentado secuestrar, intentar ayudarle. Era su creador y le debían mucho respeto. Él no podía ablar porque le abían cortado la lengua, así que, sus cuerdas vocales no podían cantar los nombres de las letras para poder dialogar. La única forma de comunicarse con él era escrita. Pronto, viendo la buena voluntad de las letras, las llevó a todas al viego faro, donde ellas pensaban que seguirían secuestradas las demás. Durante el camino, Don Sord-O-Mudo se percató de la ausencia de las letras J, H, W, Ñ y X por lo que pronto pudo comprender cual era el motivo de la indignación que sufrían. Al llegar al faro, se dieron cuenta de que no se encontraban allí sus amigas. No abían sido secuestradas, sino que la malvada bruga Borragoma de la que ablaban las antiguas leyendas, había acabado con sus compañeras. Entonces Don Sord-O-Mudo, al ver la frustración de sus queridas ijas, volvió a crearlas como antaño lo iciera en aquella oscura cueva.

Una vez todas juntas de nuevo, felices y contentas decidieron organizar una gran fiesta. A pesar que Don Sord-O-Mudo no era una letra se convirtió en uno más del pueblo, y como creador fue convertido en el nuevo alcalde por votación popular. Él mismo acudió en persona, con sus trajes de gala a la fiesta de celebración. Fue la fiesta de unión, de la amistad, incluso se vio reír y conversar a la Ñ, como si fuese una más, olvidando su penurias. La K bajó de su cueva para unirse a todas, al igual que la W, ambos dejaron sus botellas aparcadas esa noche, bebiendo solamente agua y algún que otro distraído jugo de frutas. Todas las vocales salieron de casa con sus gorras “Tilde” puestas, querían hacerse notar en la fiesta. La celebración se fue alargando hasta que el Sol con su alegre sonrisa les dio los buenos días. Entonces se fueron todas a dormir, estaban cansadas, pero muy felices al encontrarse todas juntas otra vez como en los viejos tiempos.

Y esta es la asombrosa y fantástica historia de este abecedario, un abecedario cualquiera, con sus simpáticas letras, con sus inverosímiles vivencias. Sin duda les debo mucho, sin ellas esta historia no hubiese sido posible. También quiero dar las gracias a Don Sor-O-Mudo, él fue el creador de las letras que tan buenos ratos nos han dado. Además volvió a crear las letras desaparecidas, pues de no ser así, me hubiese sido imposible terminar este relato. Al mismo tiempo, palabras tan bonitas y rimbombantes como: sexagenario, yuxtaposición, xilófono, jurisprudencia… no se volverían a escuchar jamás.

Don Severino

Fue el amor por la vida, la sensatez, la amistad, la imaginación, la ingeniosidad y sobre todo la búsqueda de la felicidad lo que empujó a Don Severino, actor inconsciente de un mundo perdido, a descubrir unos orígenes, un conocimiento, unos valores que dieran sentido a lo imposible, a lo que jamás comprendería por sí mismo. Imaginó sinsentidos y halló realidad, buscó darles nombre y se topó con la cruda realidad. He aquí pues, lector ya imposible, desaparecido de un mundo que no debía haber existido, la historia de alguien que intentó una vida normal y feliz, alguien que simplemente trató de ser consecuente con su naturaleza, nada más.

Don Severino, nació en una zona seca y desértica en la que muchas piedras y un pequeño lago casi inaccesible, era todo lo que tenía a su alcance. Desde joven, debido a su desbordada imaginación, se aficionó a nombrar las piedras que encontraba en las cercanías de su hogar; era la actividad que más le divertía en un lugar donde no había nada con lo que entretenerse. Las piedras eran siempre diferentes y le indignaba constatar que todas ellas se llamaran “piedra” a pesar de las enormes diferencias que había entre unas y otras, por lo que desde muy pequeño, ésta se convirtió en la actividad principal que le mantenía ocupado durante las horas de sol.

Un buen día, cuando todavía contaba con unos 15 años, se dio cuenta de que todas las piedras que encontraba a su alrededor le eran familiares, todas ellas tenían su respectivo nombre y no había nada más con lo que distraerse. De pronto, algo desde su interior comenzó a espolearle con una fuerza desconocida hasta el momento para abandonar aquel territorio inhóspito y descubrir el mundo que le aguardaba más allá de la línea del horizonte.

Pasito a pasito, piedra a piedra, su seco y desértico lugar de procedencia iba quedando atrás y pronto empezó a surgir un nuevo mundo ante sus pies que debía ser nombrado. Había unos extraños pero bellísimos seres verdes que emergían con vigor y rectitud del interior de la tierra; las llamó flores, pero pronto descubrió tantos tipos diferentes que tuvo que aplazar el nombramiento de todos ellos para días posteriores. Descubrió además, durante su incesante observar, unos sorprendentes y pequeños animalitos que fueron bautizados como: gusano, hormiga, chinche… nombres todos ellos absurdos y arbitrarios, pero que le ayudaban al pequeño Don Severino a entender y a familiarizarse con su nuevo entorno. La noche era aún algo desconocido para él pues siempre acababa dormido por el enorme cansancio que suponía poner nombres a todos sus nuevos descubrimientos.

Un buen día, prácticamente todos los seres que encontró en su camino le resultaron conocidos y apenas tuvo que esforzarse por nombrar nuevos, por lo que la noche se le echó encima sin darse cuenta, sin sentirse aún lo suficientemente cansado como para dormir. Siguió su camino y pronto advirtió seres escurridizos y totalmente desconocidos para él y se entusiasmó con el hecho de haber descubierto una realidad totalmente nueva. Continuó caminando y de repente se topó con algo tremendamente insólito. Una preciosa bola blanca y esférica, brillaba dentro de un pequeño charco ante sus desnudos pies. Permaneció un buen rato observándola completamente atónito, sin saber como nombrar aquel esférico ser que habitaba en ese pequeño lugar. Pero de pronto, comenzó a temblar de miedo y angustia pues se estaba percatando de que en aquellos largos años no había levantado la cabeza del suelo en ningún momento por lo que aquella preciosa bola podía estar reflejándose en el agua, de igual manera que él recordaba haberse visto reflejado en el pequeño lago que existía en su desértico lugar de origen. Se armó de valor y comenzó a alzar su encorvado cuello hacia el desconocido espectáculo que comenzaba a aparecer ante sus ojos. Allí estaba, en la lejanía, sonriente y moteada de manchas grises, la esfera que había estado observando creyendo que se trataba de un ser que habitaba en el agua. La saludó con actitud vacilante por la vergüenza de encontrarse ante alguien desconocido y se presentó diciéndole que se llamaba Don Severino, habitante de un lugar seco y desértico; la esfera contestó que no tenía nombre y rápidamente Don Severino se encargó de ello. Sin dudarlo la llamó Selene, pues este era el nombre del único lago que había cerca de su casa en el que, una soleada mañana, nombrando las piedras de los alrededores, se vio reflejado a sí mismo por primera vez.

Fue a partir de ese afortunado descubrimiento cuando Don Severino comenzó una hermosa relación de amistad con Selene, quien desde los cielos le hablaba con su craterosa boca, con voz a menudo dolida y temblorosa por todo lo que sus polvorientos ojos habían tenido que observar a lo largo de tantos años de inevitable vigilancia desde los cielos. Don Severino cambió su existencia diurna por una nueva vida nocturna, para así poder disfrutar de la compañía de su única y gran amiga. Durante el día descansaba en algún lugar lo suficientemente oscuro como para poder conciliar el sueño y cuando el sol desaparecía, despertaba siempre animado por el encuentro con la creciente y menguante esfera que conociera aquella afortunada noche reflejada en un charco.

Todas las noches, siempre que las nubes permitieran el contacto, Selene le contaba las vivencias más entretenidas que había presenciado desde su privilegiado lugar y juntos pasaban unas noches verdaderamente amenas y divertidas. Don Severino le enseñaba los nombres de todos los seres y cosas que había ido nombrando durante todos estos años, y juntos decidían los nombres de todo aquello que fuera nuevo. Evidentemente Selene conocía los nombres que los anteriores habitantes de aquellas tierras habían dado a cada cosa, pero nunca se lo contaba a Don Severino para que fuera él quien tuviera el honor de dotarlos de uno totalmente original.

Pasaron los años y el joven Don Severino, pronto comenzó a advertir que Selene cambiaba de expresión cuando iba a contarle algo referente a su raza, por lo que comenzó a inquietarse cada vez más. Una noche en la que Selene brillaba completa y preciosa en el enorme cielo, Don Severino se armó de valor y le preguntó porqué no se había encontrado en todos estos años con alguien como él y solo había encontrado animales y piedras en su camino. Selene comenzó a oscurecerse poco a poco ante lo ojos preocupados de Don Severino hasta casi desaparecer, quería huir, que le tragara el cielo, pero comprendió que Don Severino tenía derecho a conocer la verdad y volvió de nuevo a brillar, dispuesta a contarle todo lo que éste debía saber. No sabía como comenzar y estuvo titubeando largo rato hasta que por fin comenzó a narrar aquella triste y penosa historia de la humanidad. Don Severino escuchó atento, emocionado y en sepulcral silencio, con las lágrimas a punto de desprenderse por sus mejillas y con un áspero nudo en la garganta que le incomodaba al respirar. Selene tenía una expresión seria y si sus secos ojos se lo permitieran, hace tiempo que se hubiera echado a llorar, pero debía mantener la compostura, Don Severino merecía saber su historia y ella era la única que podía contárselo en aquellas remotas tierras, perdidas de la mano de un dios que hace mucho que dejó de merecer tal condición. Escuchó y escuchó, al principio de pie y después sentado para finalmente caer abatido en el duro suelo ante tanta infamia, tanta injusticia, tanta maldad, tanta destrucción y un sinfín de calamidades que sus ingenuos oídos tardaron mucho en asimilar. Selene acabó por fin el macabro relato narrando el día en el que los antepasados de Don Severino huyeron al desierto, el único lugar seguro en aquellos tiempos en los que la humanidad se encontraba totalmente corrompida e infectada por el virus del ansia de poder despiadado que había terminado por arrasarlo todo. El desierto era el único lugar en el que no había esperanza ni prosperidad lo que lo convertía en el único territorio habitable en aquella podrida tierra.

Don Severino permaneció callado, sentado en el suelo con gesto tanto de abatimiento como de incredulidad. De repente las nubes taparon a su amiga y comenzó a llover de manera torrencial. Parecía como si Selene estuviera llorando a través de las nubes todo lo que no había podido llorar durante todos estos interminables años. Continuó la tormenta durante toda la noche hasta que al día siguiente por la mañana, comenzaron a abrirse paso los rayos del sol a través de las nubes. Don Severino, sin advertirlo, permaneció sumido en un profundo sueño durante aquella reveladora noche y se despertó con estos primeros rayos que calentaban su ya desacostumbrado y lechoso rostro tras largos años sin sentir el sol. Estaba desorientado y espeso, no podía pensar con lucidez, era mucha la información que había recibido la noche anterior de parte de su amiga Selene y su cabeza no sabía muy bien como reaccionar. Caminó despacio, cabizbajo y zigzagueante, sin una dirección establecida, ya no tenía a Selene para que le guiara y su único timón era la profunda melancolía de la que era incapaz de desprenderse. Anduvo durante horas vagando por antiguos caminos que hace muchos años pisaran los hombres de los que le habló Selene. Encontró numerosos objetos que no supo descifrar su utilidad, pero como no podía ser de otra manera, los nombró uno a uno apelando a su admirable e inagotable imaginación, que ante situaciones adversas no se oscurecía y permanecía tan activa como siempre. Todos los nuevos nombres eran diferentes y aparentemente injustificados como: rueda, volante, chapa, lata… pero de alguna manera mágica, cuando los nombraba, parecía como si ese nombre hubiera pertenecido siempre al objeto y ningún otro podría suplirlo con tal acierto y precisión.

Continuó su inconsciente vagar y se percató de que el sol estaba cayendo en el horizonte por lo que Selene aparecería en cualquier momento. Por alguna extraña razón tenía miedo de ver a Selene de nuevo, era como si le hubiera contado algo tan personal que sentía vergüenza de volver a verla , pero por otra parte, necesitaba la compañía de alguien con quien hablar y poder desahogarse. Al poco rato apareció Selene a pesar de que el sol no se hubiera escondido por completo, parecía como si estuviera impaciente por ver a Don Severino y no pudiera esperar su turno, su relevo como farol de la tierra.

Una inoportuna nube impidió la conversación durante un buen rato y cuando por fin desapareció, ambos se miraron sin saber que decir; era tanto lo que querían hablar y preguntarse que ninguno de los dos sabía por donde empezar. Finalmente Don Severino fue quien rompió el incomodo silencio de miradas contándole los nuevos objetos que había descubierto. La conversación se desarrolló en un tono frío, sin ninguna trascendencia teniendo en cuenta todo lo que él necesitaba aclararse, pero en Selene se advertía algo más que por algún oscuro motivo no se atrevía a desvelar; algún secreto que guardaba celosamente por el bien de Don Severino, y es que hasta su habitual brillo era menos intenso, señal inequívoca de que algo no iba bien.

Otra impertinente nube se interpuso entre aquella extraña conversación. Don Severino rompió a llorar como nunca antes lo había hecho. La rabia le desbordaba pues todo lo que no entendía y aun no conocía era demasiado como para saber qué era lo que pasaba; no sabía cual era el sentimiento que le estaba invadiendo, era nuevo para él y la angustia y la frustración fue poco a poco apoderándose de su cuerpo y de su habitual entereza. No podía asimilar el cambio que había sufrido en apenas dos días. Toda su vida había sido un ingenuo pero feliz vagar por el mundo, sin más necesidades que las de nombrar todo lo nuevo que se encontrase por su camino, y es que eso era lo que le hacía levantarse cada noche con ilusión; no lograba entender porqué habían tenido que complicarse tanto las cosas. La conversación de unas pocas horas le había dado un conocimiento que derrumbó por completo el edificio interior que había ido construyendo durante todos estos años.

Cansado y aturdido, se dirigió con pasos lánguidos hacia unas rocas que tenían una curiosa forma con tejado para descansar. Era algo que su cuerpo apremiaba ante semejante torrente de sentimientos desbordados. Selene hacía tiempo que había vuelto a aparecer, pero entendió que ya no debía guiar más a Don Severino, así que permaneció callada, observando desde lo alto a aquel joven que poco a poco se iba haciendo un hombre no porque la edad lo dictara, sino porque la situación lo requería. Era él quien ahora tenía que tomar las riendas de su vida y descubrir por sí mismo todo lo que el destino le tenía reservado.

El día amaneció nublado pero cálido y Don Severino permaneció dormido hasta el mediodía. Cuando despertó y abrió los ojos, se quedo muy sorprendido al ver con un cierto detenimiento la construcción en la que se encontraba. Le recordaba al cobijo en el que vivió durante su infancia, pero estaba hecha de otro material diferente al barro. Un tremendo escalofrío le hizo estremecer el cuerpo entero y rápidamente se incorporó para ver lo que había más allá del umbral de aquella extraña construcción. Cuando por fin asomó su desaliñada cabeza por la puerta, apareció ante sí una enorme extensión llena de construcciones rarísimas que sus ojos no eran capaces de asimilar y su hasta ahora inagotable imaginación quedó congelada ante semejante espectáculo. Totalmente absorto ante la inmensidad de aquel escenario inabarcable, fue poco a poco, con pasos lentos y temerosos acercándose ladera abajo; necesitaba analizar aquel lugar tan extrañamente silencioso e intrigante. Mientras avanzaba, las pequeñas construcciones se iban sucediendo cada vez con mayor frecuencia y casi todas ellas se encontraban parcialmente destruidas y vacías, aunque en algunas había ingenios y objetos a los que no sabía imaginarles utilidad alguna. Las construcciones iban aumentando en tamaño y la zona central parecía como un bosque de árboles gigantes que en lugar de hojas y ramas lucían unas planchas lisas y brillantes; todo seguía un aparente orden armónico que le incitaba a Don Severino a avanzar sin detenerse en los detalles superficiales, necesitaba ir más allá, descubrir algo que por el momento se le escapaba.

Tras un tiempo caminando, llegó a un camino anchísimo que parecía dividir aquel extraño bosque de naturaleza muerta. Avanzaba en silencio, atento y sigiloso, pero hacía tiempo, casi desde que comenzó a adentrarse en la intrigante maraña, que había dejado de ser él quien guiaba sus pasos. Avanzó por aquel camino de perfecto piso escoltado a cada lado por unos curiosos objetos lisos y brillantes de caprichosas formas y colores. Esas extrañas masas le habían llamado la atención anteriormente pues eran muy numerosas en aquel lugar, pero hasta el momento no las había visto alineadas con tal perfección a los dos lados del gran camino. De repente, sin un motivo aparente, se detuvo ante una extraña puerta que de alguna manera misteriosa se le hacía extrañamente familiar. Avanzó hacia ella y accionó un saliente que tenía en su parte izquierda, y de inmediato la puerta se abrió permitiendo el paso a una oscura cueva de perfectas líneas. Don Severino, por primera vez desde hacía un buen tiempo, tomó conciencia de lo que estaba haciendo, aquel lugar tenía una magia especial que lo había dejado ensimismado, caminando sin ser verdaderamente consciente de ello. Ahora se encontraba ante una puerta que lo invitaba a entrar, ¿Pero a dónde? ¿Por qué? ¿Qué sentido tenía todo lo que le estaba ocurriendo?

Pasaron por su pensamiento los recuerdos de su infancia, cuando su mayor ilusión era encontrar piedras diferentes y nombrarlas, se acordó de su primer encuentro con Selene y la preciosa amistad que surgió entre ambos, de las noches juntos nombrando seres imposibles y riéndose de los extravagantes nombres que proponía como enredadera, anacardo, armadillo, nogal... Eran tantos los recuerdos que pasaban por su cabeza y todos ellos tan felices que no pudo evitar entristecerse ante el insospechado rumbo que había tomado su vida. Se sentó en el saliente que había bajo la puerta y lloró desconsolado, superado por un mundo que no era capaz de comprender y que había dejado de proporcionarle felicidad. Estuvo largo rato sentado, con la mente en blanco, no quería pensar en nada. Estaba harto de tanta desgracia, tanta soledad, tanto vagar por lugares ajenos a su naturaleza que solo le proporcionaban lamentos y una profunda melancolía. El sol comenzó a desaparecer entre las enormes construcciones que poblaban aquel lugar maldito y Don Severino se levantó rápidamente y comenzó a correr, deseaba abandonar toda esa selva de dudas y misterios, y encontrar de nuevo la felicidad de tiempos pasados.

La noche se le hizo inevitable en los caminos que había recorrido los días anteriores. Esperó tanto anhelante como nervioso a que apareciera Selene, quería que las cosas volvieran a ser como antes, había tanto que hablar, tantas cosas que nombrar, tanto por descubrir en la naturaleza, que por primera vez en muchos días una sonrisa iluminó su pálido rostro. Pero Selene seguía sin aparecer y en el cielo no había una sola nube. Era algo que ocurría cíclicamente y Don Severino llevaba la cuenta perfectamente, y aunque últimamente lo había descuidado un poco, no le encajaba que fuera ése el día en el que le tocaba desaparecer. No le quiso dar mayor importancia y buscó un cobijo donde poder pasar la noche y por fin, tratar de descansar y olvidar por unos momentos la angustia de los días anteriores.

El día siguiente amaneció despejado, pero iluminado por una extraña luz. El sol no resplandecía como siempre lo había hecho, y un ligero velo de humo parecía haber sustituido el limpio aire. Don Severino anduvo con apariencia de tranquilidad y entereza, pero sabía que algo estaba ocurriendo, pues Selene por alguna extraña razón no había aparecido la noche anterior y el día había amanecido con un halo de tristeza preocupante. Pensó que ya ni siquiera la naturaleza había encontrado motivos para seguir feliz y había dejado de brillar si ya no quedaba quien pudiera admirarla y sobre todo disfrutarla. Don Severino comenzó a inquietarse ya que la naturaleza era en aquella situación su única salida, era todo lo que tenía, era parte de él, tanto como una condición obligatoria para su subsistencia. Esperó con inquietud a la noche pues necesitaba hablar con Selene, ponerle al tanto de todo lo que estaba ocurriendo, pero sobre todo necesitaba su sabio consejo en aquellos momentos tan difíciles. Estuvo andando un largo rato hasta que encontró un lugar donde descansar y poder esperar la llegada de la noche. Estaba realmente impaciente, y no paraba de mirar al cielo para comprobar que siguiera despejado y no hubiera nubes que impidieran la comunicación.

Por fin el tenue sol desapareció por el horizonte entre dos enormes montañas, dejando un cielo con unos colores tan espectaculares que le devolvieron por unos momentos el ánimo a Don Severino, quien permaneció inmóvil y pensativo apoyado en la parte inferior de un enorme árbol. Pronto aparecieron las hijas del sol adornando el cielo en la oscuridad de la noche, pero su madre Selene no aparecía por ningún lado. Don Severino comenzó a ponerse muy nervioso, necesitaba hablar con alguien y no tenía con quien, era una situación tensa y difícil de la que comenzaba a no saber como salir. Permaneció durante un buen rato en el mismo lugar, viendo como las pequeñas luces completaban su habitual peregrinaje por el cielo, un paseo lento pero constante que todas ellas realizaban con puntualidad y disciplina. Finalmente, se quedó dormido sobre el árbol, cediendo impotente ante el peso de sus párpados. Todas las esperanzas y ánimos con los que había retomado su viaje a ninguna parte se estaban desvaneciendo y se sentía impotente como un río que avanza sin remedio hacia una cascada.

Después de un profundo y largo sueño, abrió los ojos y por fin constató de manera fehaciente, que algo iba muy mal. Ahora el sol era el que no había aparecido y sus numerosas hijas, las pequeñas bolitas de luz que adornaban todas las noches la negrura, continuaban brillando en el firmamento. Una sensación de extraña soledad mezclada con miedo se apoderó de su cuerpo que permanecía imperturbable en su arbóreo aposento y sus pensamientos lentamente iban sumergiéndose en un lago de tristeza del que no querían ya salir a flote.

Selene había desaparecido para siempre y el sol parecía haber abandonado su trono como señor de los cielos y eran ahora su herederas las que desde el cielo, brillando como nunca, amenazaban con disputarse la sucesión en la ardua tarea de iluminar el mundo y la vida. El desdichado Don Severino se levantó, totalmente fuera de sí, y comenzó a vagar por los oscuros caminos sin una dirección aparente. El mundo que él había conocido, brillante y lleno de vida y colorido, se transformó en un lúgubre y tenebroso lugar invadido por una fina niebla que no permitía ver el horizonte. Caminó durante horas, días, noches, noches, y más noches, sin comer, sin dormir, sin vivir. Las flores comenzaron a marchitarse y los animales que años antes se afanó en nombrar aparecían muertos por doquier. La naturaleza se estaba muriendo y su desgraciada existencia ya no tenía sentido en un lugar que estaba respirando las últimas bocanadas de su propio veneno. Continuó caminando y el paisaje fue cambiando progresivamente, estaba entrando en una zona seca y desértica en la que ni siquiera encontró agua para beber. De pronto, tras una dificultosa ascensión por unas rocas, llegó a un pequeño lago. Estaba extasiado y con el cuerpo y el alma deshechos. Se agachó en la orilla para beber, pero mientras se acercaba su cabeza al agua, comenzó a aparecer reflejada su imagen en la superficie. Había llegado sin ser consciente de ello al lago Selene, donde vio por primera vez su rostro y el mismo que dio nombre a su desaparecida amiga. Su imagen había cambiado mucho desde aquella vez y la cara de aquel niño lleno de vitalidad se había transformado en una efigie casi transida con los pelos largos y desaliñados. Una barba larguísima le ocultaba media cara y solo sus dos brillantes ojos destacaban en aquel rostro cadavérico como dos esferas blancas que resistían a duras penas por seguir brillando sobre el agua, como un reflejo simbólico y cruel de Selene que luchaba por no apagarse.

Finalmente, sus apenados ojos, cansados de tanto sufrimiento, fueron cerrándose poco a poco y Don Severino nada pudo hacer para evitarlo. El peso que los apretaba no era el mismo que cada noche le obligaba a cerrarlos, era diferente. Acabó cediendo al invencible peso de la muerte y se derrumbó abatido sobre el lago, clavando su triste rostro en el fango que lo circundaba.

18 de abril de 2008

Pergamino VIII


Hola,

Hoy os pongo una historia un poco diferente, la vida del joven escritor es muy dura y no me quiero encasillar ejje. De esta historia me gustó mucho el final, pero dentro de poco volveré a las de siempre, historias de lavadoras, historias caducadas… que son las que más me gustan a mi también. Cuando termine el relato bueno, ya dentro de poco, porque la fecha límite es la semana que viene, pos lo pondré por aquí, y quien sabe ojala resulte vencedor. A seguir bien

Moler.. . …

Amor propio


Era una noche fría, áspera y húmeda, a pesar de esto, el teatro estaba repleto, la gente salió de casa esa noche y decidió acudir al teatro, intentando obviar al frío. Escondiéndose de él, intentando confundirlo con ropas de abrigo. Algunos lo lograron y llegaron al teatro perfectamente, sin un solo castañeteo de dientes, otros en cambio llegaban tiritando, temblando de frío.

La obra empezó con unos minutos de retraso entre un ensordecedor murmullo, un arrugado alboroto que iba descendiendo a medida, que ascendía el telón. El murmullo se transformó en aplausos hechos de calor, hechos con cariño, cuando el plantel de actores salió jocosamente a escena.

La obra terminó, fue espectacular, de esas grandes obras de teatro que a todos gustan. El público entusiasmado se levantó de sus asientos, y todos de pie despidieron a los actores, con el aplauso más grande que se haya escuchado jamás. La complicidad entre actores y público había sido especial y eso se notó en el aplauso

Fran estaba recogiendo su abrigo cuando la vio. Era una mujer bellísima, rubia y de ojos verdosos, iguales que el mar. Ella estaba de pie, esperando para salir, en el anfiteatro de enfrente, hizo un gesto para girarse y entonces lo vio, vio sus ojos que la miraban fijamente. Ella hipnotizaba por su belleza, hizo lo mismo, fueron unos segundos, casi minutos donde el mundo se detuvo, dejo de orbitar y se mantuvo estático mientras aquellos dos se miraron fijamente, en algo que pareció durar años.

Al día siguiente Fran se despertó temprano, en su cabeza, todavía tenía a esa mujer, su penetrante mirada, su espectacular belleza. No se la podía quitar de la cabeza, y de algún extraño modo sabía que ella también pensaba en él del mismo modo.

Fran estaba en el trabajo, no podía concentrarse en nada, ella era la dueña de sus pensamientos, dominando cada suspiro y cada acción. A la tarde se puso sus pantalones de deporte, cargó el mp3 con las mejores canciones de moda y salió a correr por el parque. Le encantaba mantenerse en forma y salir a correr, más aun, cuando algo lo estresaba y no le dejaba concentrarse. Tenía a aquella chica metida en la cabeza y por eso salió, pensaba que era una buena de tratar de olvidarse de ella, pero es difícil olvidar algo si quieres recordarlo para siempre. Dio un par de vueltas por el parque cuando la vio, sí, era ella, también estaba corriendo, y parecía que era por la misma razón. Se cruzaron y se miraron, de pronto el viento dejo de soplar, las hojas encontraron un sitio cómodo en el aire, y se quedaron quietas suspendidas en la inmensidad. Giraron la cabeza y siguieron adelante sin volver la vista atrás, era lo mejor, lo más sencillo, pero dados 3 pasos, viraron la cabeza al mismo tiempo dando un último atisbo.

Fran pasó la noche en blanco, como siempre pensando en ella. Dando vueltas en esa cama por la que tantas mujeres pasaron, pugnando con las sábanas y con la almohada, intentando ser el director de orquesta, el gobernador de aquella región mullida de su habitación. Así pasó una de las peores semanas de su vida, sin ganas para nada, distraído en un insensato trabajo, perdido en una soledad de puertas de madera. Llorando lágrimas de amargura por poder verla otra vez, unas lágrimas que no podían aguantar los cimientos de una casa que tentaba a la suerte por caérsele encima. Pero por fin ere viernes, por fin podía salir divertirse con los amigos, a olvidar la realidad que le tenía encadenado con eslabones de amor. Fran se preparó a conciencia, sacó a relucir sus zapatos de charol, su jersey de pico y su polo Lacostte. Fran se dio un festival de colonia pensando en lo buena que sería la noche, pero de algún modo tenía la esperanza, una maldita esperanza que la volvería ver esa noche.

Habían quedado en un céntrico bar, donde todas las semanas un grupo de soul amenizaba las veladas de los más tristes. Pero por cosas del destino, hoy no cabía más tristeza en el bar por la presencia de Fran. Esta noche actuaba, ante una decente multitud un nuevo grupo de pop-rock de la ciudad. Allí estaban Fran y sus amigos con unas cervezas, invitadas estelares de una mágica noche, riendo, charlando, disfrutando del grupo y de la compañía que ellos mismos formaban. La siguiente ronda la tenía que pagar Fran, se levantó y se fue hasta la barra, el concierto ya había terminado y mucha gente se concentraba en ese momento en la barra del bar, deseosos por brindar con su garganta por una gran actuación. Pese a el gentío, Fran solo pudo ver una persona, sí, era ella, de pie en la barra, preciosa, con su pelo rubio, y un vestido rojo. Fran se quedó, pensativo, boquiabierto, de entre todos lo bares, como era posible que ella estuviese en este. He de hablar con ella, se dijo Fran, se armó con un valor que extrañamente tenía, y se fue muy decidido hasta ella. Se puso frente a ella, antes que pudiese decir o hacer nada ella se dio la vuelta, como sabiendo quién tenía detrás. Se miraron unos segundos y como nadie sabía muy bien que decir, se besaron apasionadamente, si con una mirada consiguieron casi parar el mundo, con un beso eran capaces de todo. Después de unos interminables segundos, se detuvieron, y horrorizados se dieron cuenta que eran la misma persona.

8 de abril de 2008

PERGAMINO VII

Aupa!!! Que de tiempo sin escribir, aquí. Porque escribir, he estado escribiendo una historia más currada. Además fueron las vacaciones y he leído que hasta los vagos se toman vacaciones, así que, yo también lo hice, por eso estaba ocupado. Pos, sin más, os dejo aquí una historia muy corta. Es bastante estúpida y sin sentido y bien podía haber salido de un guión de un programa de “La hora Chanante” a.k.a Muchachada Nui, así que, no esperéis nada decente. Creo que no me queda más por decir. Seguiré escribiendo siempre que pueda mientras tenga lectores y si no, pues también.




La historia de los supermercados Consum

A mediados del siglo 20, un siglo muy peculiar, vino al mundo Don Ce Onsum, pero en casa le llamaron Pepe, para abreviar. Nació dentro de una familia adinerada y fue feliz durante su infancia, en el colegio y en el instituto, siempre rodeado de sus amigos, plastilinas y algún perdido vaso de leche también. Llegó a la universidad una mañana de septiembre, sí, ese mes que viene justo después de agosto, bueno, no siempre, a veces esta justo antes de octubre. Entró por la puerta, como todos. Pero Pepe entró con unas notas envidiables y con unas ilusiones tremendas que ocupaban más de 3 libros enteros y un kilo de sus ilusiones pesaba más que un kilo de hierro. En la universidad estudió para pobre, su familia había puesto grandes esperanzas en él, por eso decidió no darle ningún apoyo ni pagarle los estudios, así que se tuvo que pagar él todo. Decidió montar un puesto de frutas y verduras cerca de la universidad, pero no tuvo la suerte que cabría esperar en un negocio naciente ya que solo tenía lejía y café.

Tras pasar unos insufribles meses decidió que esta no era manera de vivir y se dijo,
“voy a cambiar radicalmente”. Y tuvo un golpe de suerte, bueno el golpe en realidad lo tuvo su abuelo paterno. Al cual lo atropelló un buzonero del Media Market con su carro y murió, el abuelo, no el buzonero. El buzonero tuvo que llevar durante dos segundos un collarín en el pie y tuvo un grave traumatismo en su gorra, pero se recuperó pronto, pasados 10 años. Tras aquel accidente Pepe obtuvo una fantástica herencia, cuarto y mitad de chopped, un par de botones sin agujeros, un queso con agujeros y un carro metálico. En aquella época usaban esos carros para freír langostinos dentro de los armarios, vamos en plan barbacoa, hay que recordar que en aquella época no existía el programa de los briconsejos, así que por eso lo usaban de barbacoa. También lo usaban como traje de los domingos para ir a misa los martes y al mercado los jueves.

Un buen día, Pepe estaba desayunando y mientras untaba el cigarro en las tostadas, dijo “Ostiassss tu, estos carros se puen usar pa´ llevar cosas, es mucho más útil que pa hacer la fritanga copón” en aquella época tampoco tenían a la Real Academia de la Lengua así que era un poco toscos al hablar. Bueno más que toscos eran bestias y descoordinados, pero no se preocupen señores, la gente se entendía perfectamente. Entonces se puso a pensar en que era lo perfecto para llevar en eso carros, después de descartar la idea de llevar pelo o gasolina dijo: “Ándala virgen, si lo mejor es usarlo para llevar quicos, altramuces y demás cascarujas”

Así es como Pepe inventó los supermercados, porque pensó, estos carros son útiles para llevar alimentos, y si pnía en un sitio alimentos todos juntos pues mejor, así la gente no tenía que andar mucho. Luego ya después de muchos años de herencias y demás, fue cuando a algún idiota se le ocurrió que la gente tenía que pagar por esos alimentos. Más tarde, en pleno año 92 con las Olimpiadas de Barcelona algún insensato le puso el nombre de “Consumidores Olímpicos No Saben Una Mierda” pero como no entraba todo en los rótulos pues se quedó en Consum.