21 de octubre de 2008

PERGAMINO XVIII

Saludos fieles y escasos lectores de mi blog. Un relato sobre un tema que siempre llama mi atención y del que habrá más espero, las drogas. Pero no os preocupéis todavía no me en documentado probándolas. Lo que ha salido es fruto Demi propio cerebro, al cual creo que no le hacen falta drogas las sabe generar él solo. El título se me ocurrió al ver un cartel de “se traspasa tienda” y empecé a pensar como sería una vida en la que se traspasasen cosas no palpables, como el alma.

Moler.. . ...





Se traspasa Alma


Lo último que recuerdo es de doblar la esquina con gran rapidez, corriendo, sin volver la vista atrás. Estaba en un auténtico sprint, con un bolso en la mano, que obviamente, no era mío. No consigo recordar mucho más en un mar de reminiscencias nubladas. Ahora tengo una goma en mi brazo, ejerciendo el trabajo como un torniquete y una jeringuilla en la mano. Estoy en casa de mi “socio”, apunto de chutarme una vez más. Los recuerdos, antaño nublados, volvían a mi mente una vez más. Comenzaba a recordar, en mi mente se abrían claros y era más fácil ver con claridad lo que había sucedido. Estaba yo esperando, inquieto y nervioso, fuera de la puerta del banco. Vi salir a una señora mayor, que estaba metiendo un sobre en su bolso. Miré con torpe y ausente disimulo a ambos lados, tiré al frío suelo el cigarro a medio fumar, y salí detrás de ella. Recorrí unos 20 metros detrás de ella, pensando en mi plan. Correr, pegar un tirón con fuerza y hacerme con el bolso. Decidí no pensar en las posibles consecuencias, necesitaba el dinero y eso era lo importante, lo esencial, en esos momentos poco o nada me importaban la salud de una anciana. Lo importante era yo, mi persona y nada ni nadie más. Intenté calmar como pude mi ansiedad y mi pulso, tenía el corazón jugando con mi garganta a punto de salir de mi boca. No me lo pensé dos veces y actué, empuje con fuerza a la señora y me hice con el bolso, acto seguido, sin dejar que los segundos se apoderasen con su fuerza del tiempo, salí corriendo a más no poder. Ahora ya recuerdo todo y vuelvo a mis sueños, felices, tranquilos, los sueños relajantes que tanto me gustan.

Despierto entre la basura, desorientado y muy cansado. Tenia la boca pastosa, dolor de cabeza, la tripa me dolía una barbaridad, estaba en una situación de intenso dolor, casi indescriptible. Mi cabeza me daba vueltas y a duras penas conseguía recordar el pasado. Pero pensé que como en tantas anteriores ocasiones después del chute mi “socio” me echó a la calle. Me levanto, a pesar de no saber donde me encontraba, me las arreglé para llegar a mi casa.

Entro directo en mi cuarto y encendí mi equipo de música. Pongo un disco de Comus a todo volumen, precariamente me deshago de mis ropas hasta desnudarme por completo. Escribía algo en un bloc verde que tengo junto a mi mesa mientras tarareaba esas viejas canciones, acto seguido me tiré en la cama a esperar a que me volviese el mono.

Me despierto entre los más fríos sudores jamás conocidos en la tierra, vomitando, con un sabor a derrota en mis agrietados labios. Entreabrí los ojos, mitad lagrimosos, mitad legañosos. Vislumbro una inocua y gris realidad delante de mí, era mi insulsa habitación que se enfrentaba a mí con aires de superioridad, mi habitación, la cuál, se tornaba más oscuro por momentos, se había convertido en refugio y prisión al mismo tiempo. Me levanto tiritando, jadeando de un cansancio que no me correspondía, me limpié los anclados restos de babas y vómitos de mi cara. Temblando por el frío y el miedo fui al lavabo, abrí el chorro y puse la cabeza bajo la gélida agua. Al ir pasando los minutos, empecé a “despertarme”, por lo que parecía ser, iba controlando el mono poco a poco.

Salgo del dormitorio en busca de un desayuno, caliente, que me recuperase un poco más. Al no disponer de microondas, ya que lo vendí para comprar droga, calenté la leche en la vitrocerámica. Añadí después un poco de café y unos rancios cereales, que eran los únicos habitantes comestibles de mi humilde cocina. Tras ingerir los cereales me recuperé casi del todo, temía, muy a mi pesar, que jamás me recuperaría por completo. Aunque era muy triste lo tenía ya de sobra asumido. Como tampoco tenía televisión, por culpa de las drogas, una de mis diversiones para pasar el mono era contemplar el mundo desde la protección de mi ventana. Ponía una silla junto a la ventana, abría una bolsa de patatas, siempre que las tuviese en posesión, este no era el caso, y me dedicaba a contemplar todo. Los edificios, la gente, el cielo, los árboles, las baldosas… contemplaba cualquiera cosa capaz de despertar mi interés y hacerme olvidar mi adición.

Habían pasado un par de escasas horas, busco ansioso dinero de anteriores robos o estafas en mi habitación y me marcho a dar una vuelta por la ciudad, para conseguir otra dosis, con suerte, tendría dinero para dos. Inquieto y taciturno, paseo por las calles, ajenas y olvidadas en el paso del tiempo seguían impávidas a mí pasar. En cambio, me sentía observado por el resto del mundo, notaba, casi palpaba sus acusadoras miradas, sus delatoras ojeadas, y me podría imaginar sus calumniosos comentarios. A pesar de la costumbre de esta situación casi a diario, no me terminaba de amoldar del todo y me ponía nervioso. Mi pulso se aceleraba, mi cuerpo era invadido por delatores temblores e incontrolables espasmos. En momentos así solo deseo huir, escapar de la triste realidad a la que estoy engrilletado, dejarlo todo atrás y no volver jamás. Solvento escapar de su enjuiciamiento no verbal, voy por zonas desiertas, olvidados de la civilización nuevos callejones crecen ante mi presencia. Engaño de la ciudad para la gente normal, sorteo sus miradas acusadoras y llego a mi “paraíso”.

Voy hacia una zona marginal de mi ciudad, para pillar otra dosis. Me encontraba ante al presencia de una maraña de muros, suciedad y desesperación. Un laberinto creado por el hombre para evitar la contaminación que producimos los drogadictos. Voy en busca de unos “amigos” para comprarles mi dosis. Veo basura en el suelo, restos de comida, plásticos y papeles, veo, además alguna jeringuilla en el suelo, lo que fue un momento placentero de su consumidor. Avanzo unos pasos más, veo a lo lejos una silueta, lo que podría ser una persona. Me acerco silencioso y un poco asustado hasta él, le veo en un encuentro fatal con la droga. Tiene una jeringuilla inyectada en la vena, y la mirada más perdida que jamás haya visto. La boca, entreabierta y babeante, denota su estado, sus repetitivos y escalofriantes espasmos, demuestran su miseria. Está tirado en el suelo, frío y lleno de suciedad, pero parece no importarle en absoluto, ya que, no parece sentir nada. Es como sí no se encontrase en este mundo, está tan absorto en su mundo “feliz”, que su cuerpo es solamente el disfraz de hueso que se pone cuando vuelve a este miserable mundo. Me quedo una porción de tiempo, infinita para mí, unos pocos segundos para el resto del mundo mirando sus ojos. Una mirada inexpresiva, ni feliz ni asustada, ausente de todo sentimiento humano. Unos ojos a los que se les ha olvidado parpadear.


Perplejo y anonadado de mi encuentro con aquel tipo sigo adelante. Ahora es como si me costase más avanzar, levantar lo pies del suelo y seguir a delante se ha convertido en una ardua tarea. Finalmente y tras un gran esfuerzo consigo llegar a mi destino. Grito su nombre a viva voz, al rato aparece él con dos tipos más. Sonriente me saluda, y alegremente me abraza y habla conmigo, recordamos viejos tiempos y las risas, alegres todas ellas, irrumpen este triste y desesperado lugar. De pronto, cambiaron las sonrisas en rostros serios y llenos de odio. Me miraron fríamente, los que acompañaban a mi amigo se acercaron desafiantes, con gesto amenazante. Se plantaron enfrente de mi, yo seguían aun perplejo por el giro que habían tomado tan repentinamente las cosas. De improviso se abalanzaron sobre mí y me dan una brutal paliza, de lo que poco o nada recuerdo. Sólo que enseguida caí al suelo y empecé a sentir sus puntapiés contra mi indefenso y débil cuerpo.


Despierto dolorido y desorientado, aturdido me gire y vi que estaba lleno de sangre, con la ropa a medio romper. Con un sabor de tristeza y rabia en la boca, y tremendamente asustado. No me explicaba que había pasado, no se porque me dieron una paliza y me robaron.

Hago un enorme esfuerzo por levantarme, quebrantado, agotado casi exhausto lo conseguí. Tenía todo el cuerpo dolorido, me costaba respirar y la boca me sabía a sangre. Fui avanzando poco a poco, de un pequeño paso en otro más pequeño aun, tambaleándome, apoyado contra al pared. Repentinamente mis fuerzas fallaron y me caí de bruces al duro suelo, éste ni se inmutó y siguió igual. Me dolía tanto el cuerpo que opté por arrastrarme. No había avanzado ni 5 metros cuando caí rendido por el sueño, derrotado por el cansancio y el dolor. Desperté a las pocas horas, cansado y dolorido aun, pero capaz de valerme por mi mismo. Quería olvidar todo esto, y no se me ocurría más remedio que volver a meterme otra dosis.

No recuerdo como conseguí el dinero, ni a quién compré la dosis, tampoco me importaba mucho el como, ni si había robado, ni siquiera incluso me importo si había lastimado a alguien para ello. Yo estaba falsamente contento, ya tenía en mis manos a mi viejo amigo una vez más. Estaba en el salón de mi casa, puse un disco de Deep Forest y me inyecté la dosis sin más miramientos. Enseguida detecté que era una dosis alta, pero, aun así, incapaz de causar mi muerte, algo que casi no me hubiese importado. Pasan unos segundos y siento que me perdía otra vez en mis sueños.


No sé cuanto tiempo paso hasta que volvía “despertar”, me levanté del sofá y recorrí con escasa destreza el habitual camino que llevaba al baño. Me miré en el espejo para ver mi aspecto, vi un reflejo que jamás había visto, un reflejo que me atemorizó. Nunca en la vida había visto un rostro menos inexpresivo, mis ojos parecían no mirar a ningún lado, no querían ver nada. Era como si alguien me hubiese cerrado los míos y hubiese pintado unos encima, faltos de sentimientos, inertes de expresiones. Y debajo una boca que era incapaz de crear una mueca. Era un simple orificio lleno de sangre. Esta visión de mi mismo me atemorizo de sobre manera, era incapaz de sentir, incapaz de expresar nada con mi rostro. Empecé a creer que había perdido la capacidad de sentir, intente recordar momentos felices, con mis amigos, familia o simplemente con alguien tan conocido como para reírme con él. Pero me fue imposible, abandoné a mi familia hace muchos años, mis amigos, a los cuales no valoré lo suficiente se alejaron de mí como el tren de medianoche, los perdí. Me sentía como una hoja volando en el aire, marchita, vieja y olvidada, en un sitio que no le corresponde, intentando escapar pero obligada a resistir por el aire. Así me sentía yo, ansiaba huir, escapar, disiparme de este maldito mundo, pero el aire me obliga a seguir viviendo al respirarlo. Quise llorar pero no pude, ni siquiera mis lágrimas quisieron verme. Me sentí derrotado, mi fuerza interior se derrumbo por completo y caí arrodillado en el suelo completado por baldosas azules del baño.”A veces es necesario morder el polvo para ver realmente donde estas.” Me repetía una y otra vez.

Tengo que dejarle, es más duro de lo que parecía, y me invade una fría desesperación cada vez que pienso en ello. Hemos sido uno solo durante más de 30 años, hemos vivido juntos las más insólitas aventuras. Pero es tiempo de decir adiós, tiempo de marchar, no puedo seguir viviendo en estas condiciones, me está matando a cada segundo me consume a cada dosis. Me alejo cada vez más rápido y lo dejo allí arrodillado en el suelo. Giro al cabeza para darle un último vistazo, para verle por última vez. Pestañeo y me voy en busca de otro sitio tranquilo, quizás otro cuerpo al que amar.

3 comentarios:

Mike dijo...

Uf estremecedor y triste a la vez...

Me gusta la foto, un grito de desesperación acorde al texto.

Saludos y hasta la próxima entrega...

Anónimo dijo...

A mi también me gusta la foto. Cuando leí el texto la primera vez creo que la foto aun no estaba...

Bashevis dijo...

Guayasaminnnnnnnnnnn. La elección acertada Moler... Salud!